martes, enero 10, 2006

Años de colegio...


Diciembres atrás

Desde que entré a la Universidad, esta época del año dejó de ser entretenida para mí. Es tiempo de estar felices y de preparar el espíritu navideño, pero yo cada fin de año debo estudiar para los exámenes y ver cómo el resto de la gente disfruta. Lo peor de todo, es que el resto de las universidades ya está terminando el año académico y la mía termina en enero... en fin... la vida del estudiante, todo por un sueño... la vida es sueño...
Recuerdo cuando iba al liceo, eran buenos tiempos, me parece increíble que hayan pasado cuatro años. Da un poco de nostalgia recordar cuando la Bárbara, la Yaninna y yo éramos inseparables y nos contábamos todas nuestras aventuras en los recreos y también en horas de clases, aunque en realidad las aventuras eran mías y de la Bárbara, la Yaninna era como nuestra mamá, nos escuchaba y se reía con nuestras tonteras.
La Bárbara siempre será esa niña tierna y loca que sólo se puede describir en dos palabras: La Yayi. Es una amiga muy especial que siempre aparece cuando menos lo espero y más la necesito, basta escuchar su voz para que mi ánimo suba. Es tan graciosa, que la recuerdo y se esboza una sonrisa en mi rostro. Hicimos muchas payasadas juntas. Recuerdo las llamadas anónimas a su Gonzalo y al Alfredo, ahora me da vergüenza recordar esas actitudes de cabras chicas, pero eso éramos, unas cabras chicas que gozaban la vida, riéndose y lamentándose todo el día de sus romances algo tormentosos y de sus amores idealizados, basados en la utopía y en una perfección inexistente, claro que eso lo sabemos ahora, porque si nos juntamos a recordar nuestras experiencias, probablemente necesitemos más de un día para reírnos y aceptar que fuimos capaces de hacer muchas cosas que ahora ni se nos pasarían por la mente, aunque no estoy tan segura, porque esas niñas del colegio siguen bastante vivas dentro de nosotras.
La Yaninna, por otra parte, siempre fue una niña piola, la mejor compañera del curso, pero con un genio que asustaba cuando le tocaba manifestarse. Ella sólo escuchaba y reía, seguía escuchando y seguía riéndose. Era la más responsable de las tres, cumplía con todas las tareas, traía hechos los mapas de Historia de su casa y nosotras con la Yayi se los copiábamos todas apuradas en la mañana. No decía ninguna palabra fuera de lugar, sus medias llegaban casi hasta sus rodillas, se abrochaba todos los botones de la blusa y su corbata casi la ahorcaba, andaba con su equipo de gimnasia perfectamente impecable en un bolso anexo a su gran mochila y yo me lo conseguía ese mismo día con las niñas de los otros cursos. Esa era la Yaninna, tan única, tan linda, con un moño que nunca se soltó, con un nerviosismo típico de ella antes de cada prueba, que sólo desahogaba apretándome muy fuerte. Llegó siendo tan distinta a como salió del colegio. Peleó con el profesor de Filosofía, “el chico Silva”, aprendió a soplar en las pruebas, a escapar del colegio, en fin, muchas cosas.
Las travesuras con la Bárbara, la pileta de la Plaza Santa Ana, que nos recibía en sus aguas al finalizar el año, las cimarras tan abundantes de 4to, las fugas por el estacionamiento después de estar largos ratos escondidas tras los basureros o los autos de los profes, o cuando abríamos el portón y salíamos corriendo, el capear clases encerrándonos en el baño toda una hora o escondiéndonos en la biblioteca, las camisas rayadas de fin de año o cuando bajamos a la piscina abandonada del liceo creyéndonos chicas malas, todo eso está tan guardado en mi mente, que me hace odiar más la Universidad. No me gusta darme cuenta que estoy creciendo, quisiera haber tenido toda la vida 16 años.
En la fiesta de graduación fui la única con acompañante, el Gonzalo dejó plantada a la Yayi a última hora, así que yo llamé a un vecino suyo y le dejé un mensaje bastante fuerte que ojalá haya recibido, porque lo odié por lo que le hizo a mi amiga. La Yaninna había decidido ir sola desde siempre y yo hubiese preferido haber ido sola también, pero ya no fue. Nuestras familias se unieron en una sola mesa, estábamos todos juntos, los papás de la Yayi, los de la Yaninna, los míos, el Alfredo y nosotras. Nos veíamos muy lindas y no admito comentario en contrario. Lo pasamos muy bien y, cuando terminó la fiesta, dormimos todas en mi casa.
En esos años el estudio era mínimo, me iba bien, pero si hubiese estudiado lo que ahora estudio, seguramente me habría ido mucho mejor. A pesar de que éramos bien conversadoras y traviesas en clases, los profesores nos tenían mucho aprecio. Nos sentábamos al frente de la mesa del profesor, porque aunque no lo parezca, es un lugar estratégico para copiar, ya que los profesores, cuando había prueba, se ubicaban al fondo de la sala para tener una vista más panorámica, y ahí nosotras aprovechábamos de comparar resultados o soplarnos algunas respuestas.
Recuerdo con mucho cariño a mi profesora de matemática, la Señorita Norma Valenzuela. El primer día de clases se presentó y dijo que a ella no le daba ni asco poner puros rojos en el libro. Todas le tenían miedo, pero nosotras no, porque la aprendimos a conocer y a querer. Hablábamos mucho con ella, era una mujer muy especial. De hecho, nosotras con la Yayi pedimos que ella nos entregara el diploma en la ceremonia de graduación. Me pregunto qué será de la Señorita Norma ahora. Lo que sí sé es que es la mejor profesora que tuve en toda mi vida escolar.
En el colegio, me hice famosa por mi facultad de imitar artistas. Durante cada recreo me paraba al frente de la sala y empezaba a imitar cantantes. Casi nadie salía, todas se quedaban viendo mi show y riendo sin parar (eso de dármelas de payasa lo he ido perdiendo, quizás siempre fue una forma de esconderme de mí misma, aunque a veces fluye entre amigos, esos pocos amigos que me conocen), pero lo más chistoso fue, sin duda, una disertación sobre "La Generación Espontánea" que tuvimos que dar la Yayi, la Yaninna, otra compañera que se llama Carolina Miranda y yo. Tenía que ser original, así que se nos ocurrió disfrazarnos de los fantasmas de unos científicos, pusimos música tétrica de fondo y cuando el científico elaboraba su hipótesis, le poníamos en la cabeza una ampolleta prendida y un pensamiento, como el de los dibujos animados en forma de nube. Fue muy gracioso, hasta el profesor estaba muerto de la risa. Esas cosas eran propias de nosotras, por eso me da tanta nostalgia pensar que en la Universidad eso es inexistente.
Pero siempre se conocen personas especiales, sólo que a veces están de paso por la vida y no perduran... en la Universidad debo agradecer el haber conocido a la Jarelly y sobre todo al Eduardo, que es mi amigo del alma. Los buenos amigos nunca dejan de formar parte de nuestra vida, podrán pasar años y yo seguiré recordando a la Yayi y a la Yaninna, a la Jarelly y al Eduardo, aunque ellos están más latentes, principalmente el Lalo, que es mi mejor amigo. La amistad es un regalo muy preciado y yo tengo la fortuna de poder decir que tengo grandes amigos.
El colegio, sin duda para algunos, es la época más linda de la vida, lamentablemente la valoramos cuando la dejamos atrás y pasa a formar parte de un pasado que jamás volverá, pero los recuerdos siguen más vivos que nunca y los amigos seguirán nutriendo nuestra vida, aunque los años sigan pasando...

1 comentario:

Esteban Perez dijo...

liceana la chiquilla.... uno que estudi en el mítico pero no por eso menos escalofriante instituo nacional....q paja el colegio...aunque cada vez q nos juntamos con los bestias del 4°O la rompemos....eso...jajaj....saludos.....