Borré todos sus mensajes de mi teléfono, pero antes los transcribí en la pequeña libreta que lleva mi nombre estampado en la tapa y que me dio Lalín para un día de la amistad. Escribí también la fecha en que me los envió, para no olvidar que alguna vez me quiso...
Quizás no debí conservar esa libreta, al menos debí arrancar esas hojas. Tal vez debí abandonar hasta el más mínimo recuerdo.
Supe esa tarde que estaba en su camioneta con ella... Sólo la noche anterior había estado conmigo y esa tarde ya estaba con alguien más, aunque no sólo fue esa tarde, también antes... también después.
De pronto comencé a creer que no existían más que esas camionetas por las calles de Santiago, todas del mismo color, todas iguales.
Quizás no debí conservar esa libreta, al menos debí arrancar esas hojas. Tal vez debí abandonar hasta el más mínimo recuerdo.
Supe esa tarde que estaba en su camioneta con ella... Sólo la noche anterior había estado conmigo y esa tarde ya estaba con alguien más, aunque no sólo fue esa tarde, también antes... también después.
De pronto comencé a creer que no existían más que esas camionetas por las calles de Santiago, todas del mismo color, todas iguales.
De pronto todos los rincones que me pertenecían parecían ignorar mi invisible presencia.
Un punto de encuentros que se transformó en un abismo de desencuentros. Los silencios, la música, mis ojos cerrados, mis miedos escondidos...
Un punto de encuentros que se transformó en un abismo de desencuentros. Los silencios, la música, mis ojos cerrados, mis miedos escondidos...
Un helado en un pequeño escalón, un viaje en metro en el que en realidad el único pasajero siempre fui yo. Una pequeña toalla azul, una casa que se construyó lentamente y nunca vi terminada.
No recuerdo rostros, ni voces, sólo sé que alguna vez vi y escuché.
21 escalones en el metro, 1150 pasos hasta esa casa que tantas veces visité en la oscuridad y que sin darme cuenta me escondía de la realidad.
Después vi esa película...
No recuerdo rostros, ni voces, sólo sé que alguna vez vi y escuché.
21 escalones en el metro, 1150 pasos hasta esa casa que tantas veces visité en la oscuridad y que sin darme cuenta me escondía de la realidad.
Después vi esa película...
Definitivamente hay películas, libros o simples canciones que están destinadas a ser un mensaje en ciertas vidas como la mía, como lecciones que se entregan infiltradamente a través de personajes ficticios creados por mentes extrañas e inteligentes que de alguna manera pudieron describir ciertos sentimientos que se hacen presentes en un determinado momento. Eso tal vez debiera llevar a concluir que los mismos dolores son recurrentes en muchas personas y cada cual los vive a su modo, pero la circunstancia de que todos vivan dolores semejantes, no le quita mérito al dolor mismo, que incluso puede llegar a ser letal.
Ahí estaba frente al televisor, absorbida por la historia... divagando entre la ficción y la realidad... pensando en si realmente podría existir una máquina capaz de borrar recuerdos, de eliminar presencias, de anular la existencia de lo que alguna vez fue y hoy se había transformado en una tortura de bolsillo, de esas que llevas donde quiera que vas.
Después de horas sumergida en las más extrañas teorías de mi mente, decidí despedirme del fantasma que deambulaba a mi alrededor, le pedí que se despidiera también, que me dejara vivir, respirar sola... pero me jalaba hacía él, me encerraba en ese mundo extraño que había creado en base a fantasías que yo por tanto tiempo creí... Caí muchas veces... pero un día dejé de hacerlo...
Y luego viene ese momento en que se deja de creer, de soñar... la primera etapa del ciclo de limpieza en que se rehabilita el alma del engaño y la desilusión, tal como un drogadicto limpia su cuerpo y se rehabilita de su adicción...
Pasó un largo tiempo, pasaron los días grises que parecen durar años, pasó el calambre en los dedos por marcar un número telefónico... pasó el deseo que pese a todo volviera... pasó la irracionalidad de estar dispuesta a continuar el calvario con tal de conservar mi droga...
Y volví a respirar, porque aunque se crea imposible, ese día llega... y desde el silencio de mi larga soledad autoimpuesta aprendí a creer otra vez sin tapujos, porque se puede volver a creer... y esta vez sentí esa magia de la que antes me hicieron sentir culpable, y aprendí a extrañar sin miedo, también a dejar de hacerlo...
Ahí estaba frente al televisor, absorbida por la historia... divagando entre la ficción y la realidad... pensando en si realmente podría existir una máquina capaz de borrar recuerdos, de eliminar presencias, de anular la existencia de lo que alguna vez fue y hoy se había transformado en una tortura de bolsillo, de esas que llevas donde quiera que vas.
Después de horas sumergida en las más extrañas teorías de mi mente, decidí despedirme del fantasma que deambulaba a mi alrededor, le pedí que se despidiera también, que me dejara vivir, respirar sola... pero me jalaba hacía él, me encerraba en ese mundo extraño que había creado en base a fantasías que yo por tanto tiempo creí... Caí muchas veces... pero un día dejé de hacerlo...
Y luego viene ese momento en que se deja de creer, de soñar... la primera etapa del ciclo de limpieza en que se rehabilita el alma del engaño y la desilusión, tal como un drogadicto limpia su cuerpo y se rehabilita de su adicción...
Pasó un largo tiempo, pasaron los días grises que parecen durar años, pasó el calambre en los dedos por marcar un número telefónico... pasó el deseo que pese a todo volviera... pasó la irracionalidad de estar dispuesta a continuar el calvario con tal de conservar mi droga...
Y volví a respirar, porque aunque se crea imposible, ese día llega... y desde el silencio de mi larga soledad autoimpuesta aprendí a creer otra vez sin tapujos, porque se puede volver a creer... y esta vez sentí esa magia de la que antes me hicieron sentir culpable, y aprendí a extrañar sin miedo, también a dejar de hacerlo...